LTI: otra reseña
Los torpes andamiajes de la política nazi, el fanatismo abaratado, la pobre oratoria de Hitler.
Quiero seguir comentando LTI, de Victor Klemperer. En la entrega anterior había mencionado cómo en la palabra Staatsakt, «acto público, evento estatal» se había acentuado el doble sentido de Akt como «actuación» y como «acción»: el Estado haciendo y a la vez teatralizando para demostrar su presencia en la calle. En relación con esto, Klemperer comenta también sobre aufziehen, un verbo alemán muy común cuyo significado base es el de «levantar», «tirar/empujar hacia arriba». Las connotaciones más habituales de las otras acepciones son mecanísticas, de artificialidad: «dar cuerda a un reloj», «montar un andamio», etc., pero el hecho de que fueran peyorativas no impidió que el nazismo usara el verbo para todo lo que hacía de «nuevo». Había, según Klemperer, una contradicción grosera entre las ideas románticas de organicidad del Tercer Reich, que proclamaba la unidad de la raza en términos místicos pero «naturales», y su torpeza en el «montaje» de sus estructuras, a las que se les veían literalmente los hilos. Releyendo esto hoy, no puedo sino pensar en la discordancia de tono entre las caras conocidas de la política, las que sirven para candidatearse, y las caras menos amables de los que en la rosca partidaria se llaman «armadores».
De dos procesos lingüísticos diferentes habla Klemperer en un capítulo titulado Fanatisch («fanático»), que rastrea cómo fueron mutando las connotaciones de este adjetivo y del sustantivo Fanatismus en el discurso público del Tercer Reich. Los nazis veían el fanatismo como algo bueno e intentaron reemplazar con estas palabras la idea de Leidenschaft, «pasión», que, como en el caso de la palabra latina, implica en su origen un sufrimiento (Leid), algo que se soporta pasivamente, aunque después haya tomado la forma positiva de «devoción, dedicación, amor». Lo que ocurrió fue que tuvieron que diluir la violencia de la palabra, tanto que al final hacía falta adjetivarla para introducir de nuevo el énfasis buscado: wilde Fanatismus «fanatismo salvaje», por ejemplo. Tanto la normalización debilitante de conceptos extremos como su reenfatización son muy habituales; es como si las palabras se gastaran con el uso y hubiera que suplementarlas con prótesis, a veces muy burdas, para que sigan funcionando, hasta que estos agregados se erosionan a su vez y el ciclo vuelve a comenzar.
En otro capítulo, dedicado al fascismo, Klemperer recuerda la distinción clásica entre orador y retórico. El orador es una persona que sabe expresarse con claridad y destreza y apela al corazón y al cerebro para convencer; el retórico, en cambio, busca la persuasión de manera superficial, a través de los trucos y la sofistería, de nublar y confundir el entendimiento. Para Klemperer, el nazismo (en su forma discursiva) es una imitación retórica del fascismo italiano, con el cual se compara desfavorablemente. Mussolini usa los recursos de la tradición oratoria del italiano con maestría; Hitler, en cambio, es un retórico que grita, que no construye bien las oraciones, que usa giros forzados a los que el alemán no se presta.
Me es imposible valorar la percepción de Klemperer sobre la torpeza del discurso nazi (que en otro capítulo califica de «pobreza fundamental»), pero reconozco que el filólogo, el amante de las palabras, nunca cae en el desprecio fácil, aun cuando toma sus notas en medio de un mundo que se le está viniendo encima. Klemperer no era ajeno a los sesgos y su papel como intelectual antes y después de la guerra no estaría exento de episodios vergonzantes… pero de eso ya hablaré en otro momento.