Termino de leer Inverted World (1974), una novela de ciencia ficción de Christopher Priest que devoré en días porque tiene una de esas premisas mecánicas que me atraen como hormiga al dulce. Habiéndose cumplido ya cincuenta años de la publicación del libro y prescriptos ya los plazos del spoiler, procedo.
Inverted World se trata de las aventuras de un chico, luego un hombre, que nace en una ciudad llamada Earth («Tierra»). La «ciudad» es un conjunto heterogéneo de edificios unidos entre sí y casi aislados del mundo exterior; se mueve sobre rieles que se van desmontando a medida que pasa y colocando de nuevo por delante de ella, con pausas para construir puentes, explorar el terreno buscando la ruta más conveniente, etc. La ciudad no puede dejar de moverse hacia el norte porque el suelo se mueve hacia el sur, hacia un límite no muy lejano en el cual una fuerza física potentísima la destruiría. Esto no lo saben los ciudadanos comunes, pero sí los miembros de los gremios (grupos de hombres con reglas similares a los gremios medievales) que se encargan de los distintos aspectos del movimiento de la ciudad, desde el mantenimiento de los cables de tracción hasta las negociaciones para conseguir obreros nativos en las comarcas que van atravesando.
La realidad —como la descubrimos de a poco— es que la ciudad es un viejo centro de investigación científica en la que, siglos atrás, una máquina experimental creó una distorsión del espaciotiempo. La ciudad se comporta como si estuviese, no sobre un planeta esférico, sino sobre una variante de lo que se llama un hiperboloide de revolución; salvo en un punto neutro que llaman «óptimo», todas sus coordenadas están alteradas. Al «sur», el tiempo subjetivo corre más rápido; las distancias norte-sur y arriba-abajo se acortan, mientras que las perpendiculares se estiran; el vector de aceleración de la gravedad empieza a desviarse de la vertical tendiendo asintóticamente hacia la horizontal, hacia una «caída» lateral infinita…
Matemáticas aparte, lo interesante del argumento es la forma en que progresa, o no, el entendimiento del mundo del protagonista. Como señala John Clute en el postfacio de la novela, Helward Mann parece, al principio, seguir el «camino del héroe» descripto por John Campbell, esa trayectoria común con infinitas variaciones en la que un joven inexperto se aleja de su ámbito familiar y local, se interna en lo desconocido, adquiere sabiduría, vence sus miedos y prejuicios, crece espiritualmente, enfrenta a sus enemigos y vuelve transformado al hogar. En Inverted World, por el contrario, Mann termina retrocediendo o, más bien, se queda testarudamente en el mismo lugar mientras todo lo demás avanza y lo deja atrás. La ciudad misma, con sus gremios atados por un juramento de obediencia y ocultación sin sentido, con su gente común a la que se le niega la verdad, termina por abrirse a la realidad y, al final, escapa de su peregrinaje forzoso de la manera más obvia posible, pero Mann porfía y se resiste. «Cuanto más profundamente entiende Helward la naturaleza del mundo en el que nació, más se ata a él», dice Clute, que señala también que las coordenadas narrativas habituales también están invertidas: lo que narra Mann en primera persona es distante, un paisaje de trauma y desconcierto que va cristalizando, mientras que los capítulos en tercera persona (donde la tradición espera objetividad) son donde mejor percibimos el bullicio subjetivo del cambio, el resurgir de la vida que representa la apertura de la ciudad y su regreso efectivo al planeta compartido.
La «ciudad» llamada Tierra nunca abandonó el planeta Tierra y su comfortable esfera gobernada por una gravedad uniforme. Sus habitantes, de hecho, podrían haber vuelto a la normalidad enseguida. Helward Mann, como todos sus predecesores, observa la anormalidad del mundo y apenas la cuestiona, lo cual es de esperarse; pero cuando un agente externo le muestra la verdad, se rehúsa a aprovechar la oportunidad. No pienso buscar en este libro un objetivo alegórico, pero me atrevo a decir que todos conocemos gente con las coordenadas invertidas que persiste en moverse a contramano de un mundo donde podrían perfectamente vivir sin la obligación de la lucha cuesta arriba. La lucha no solo es fútil sino limitante: en el mundo invertido, cuyo mismo suelo nos arrastra hacia la aniquilación, hay un solo camino que optimiza el esfuerzo; en el mundo real, hay mil caminos ya abiertos e infinitas direcciones nuevas para probar.