Elijah Wood tenía veinte años, y podría haber hecho de adolescente, cuando apareció en el papel adulto por el que más se lo recordaría desde entonces: el del hobbit Frodo Bolsón, sufrido portador del Anillo Único, en la primera película de la trilogía de El Señor de los Anillos de Peter Jackson. En el libro de J. R. R. Tolkien que la película adapta, Frodo tiene cincuenta años cuando emprende su aventura, y han pasado diecisiete desde su mayoría de edad y desde la recordada fiesta de cumpleaños de su tío Bilbo. Los hobbits, aun sin anillos mágicos que prolonguen su vida, tienden a ser más longevos que la Gente Grande (nosotros), pero de todas formas el Frodo de Tolkien es un hobbit ya maduro, el propietario de una gran casa, ya algo señalado por las excentricidades que parece haber heredado de su tío. No está preparado para todo lo que va a ocurrirle, pero no es un jovencito tierno e inocente que se ve obligado a escapar a lo desconocido. (Es probable que poner a un actor de cincuenta años, incluso muy bien llevados, en el papel de Frodo, no hubiera resonado tanto con las audiencias modernas). El Frodo de la película nos parece un joven señorito; el del libro, que ya vio partir a su tío y padre sustituto y que ya decidió no casarse y se ve asaltado por la urgencia de ver mundo, está, como si dijerámos, «en mitad del camino de la vida».
Vengo a esto porque el otro día me crucé con una de esas —para mí irresistibles— videorreacciones de gente curiosa a películas que nunca vio antes, con la diferencia de que se trataba de un filósofo inglés (muy inglés) dando su opinión sobre una escena de la película. Se trata de uno de esos escasos momentos de calma, cuando la Comunidad del Anillo está cruzando las Minas de Moria y llega a una encrucijada que Gandalf, el mago y guía, no recuerda en absoluto.
En el libro, Gandalf aprovecha la parada obligada para dejar descansar a los demás; él se queda haciendo guardia y en esas horas en vela se le aclara la cabeza y decide cuál es el mejor camino. En la película, sin embargo, Gandalf tiene una charla en voz queda con Frodo sobre la decisión de Bilbo, ochenta años atrás, de no matar a Gollum, la criatura que encontró el maligno Anillo Único y desencadenó todos los males que vinieron después; Frodo opina que Bilbo debió matarlo (en defensa propia, podría argumentarse), y Gandalf lo reprende (las líneas de este diálogo están casi todas en el libro, pero en diferentes lugares). Nuestro filósofo señala que la escena corresponde a dos arquetipos, el del sabio y el del joven discípulo, y observa que estamos casi justo en mitad de la película, en una encrucijada física y también moral. La alusión es clarísima para él: este es Dante, perdido nel mezzo del cammin’ di nostra vita en un lugar oscuro y aterrador, que encuentra allí a un maestro y guía, a un Virgilio que lo sacará del trance. (Virgilio guiará a Dante a lo largo del Infierno; Gandalf lleva a su compañía por las galerías y salas muertas de Moria, que significa «abismo oscuro» en la lengua de los elfos).
Menos filosófico y menos leído (aunque sí leí la Divina Comedia), yo recordé entonces un capítulo de Los Simpsons, serie que —como todos los fans sabemos— prefigura o alude a cada evento de la experiencia humana que podamos imaginar (como los preceptos escritos de los hebreos y los chinos, según Borges en El Zahir). No tengo claro que Homero haya descendido a alguna clase de infierno con un guía o que se haya encontrado perdido en un lugar tenebroso, pero el capítulo segundo de la décima temporada comienza, de manera muy dantesca, con la desesperación de Homero al descubrir que, a sus 38 años, está exactamente a la mitad de la expectativa de vida de un varón estadounidense y no ha hecho nada de valor.1
El dato estadístico se lo da la radio mientras conduce; Homero, siendo Homero, inmediatamente frena, abandona el auto en medio de la autopista, corre al teléfono de emergencias a expresar su desesperación, y solo recibe (por supuesto) la respuesta desconcertada de una operadora que le pregunta si necesita una grúa.
No hay ningún guía ni sabio maestro esperando a Homero en esta encrucijada de su vida, pero una referencia al pasar de la sabelotodo Lisa se lo proveerá: Homero toma como inspiración y mentor a Thomas Alva Edison y se decide a ser inventor, con los resultados que podrían esperarse (el más recordado quizá sea la escopeta de maquillaje).
El episodio no termina bien, pero Homero, como el resto de su familia y de la gente que la rodea, tiene una gran ventaja sobre nuestros héroes peregrinos mortales e involuntarios, Dante y Frodo: aunque en el trasfondo de la narración la historia del mundo transcurre más o menos alineada con la realidad contemporánea, y algunos personajes secundarios aparecen y otros desaparecen o mueren, Homero es atemporal; Homero siempre tiene 38 años (más o menos), así como Bart tiene diez y Lisa ocho, incluso después de que hayamos visto celebrados sus cumpleaños varias veces. En un mundo de episodios autoconclusivos, nadie se pierde para siempre en lugares oscuros; los guías y maestros no se quedan a acompañar a los protagonistas, y los dilemas se resuelven siempre en dirección al statu quo. «Estoy confundido. ¿Es un final triste o un final feliz?», pregunta Homero en los segundos finales del episodio cuarto de la quinta temporada. «Es un final y basta», sentencia Marge.
En el episodio original, la radio dice que la expectativa de vida de un varón es de 76,2 años y Homero dice en voz alta que él tiene 38,1 (así, con decimales), o sea, exactamente la mitad. En el doblaje latinoamericano, inexplicablemente, el 76 se transforma en un 72 y se pierde el chiste. De todas formas, hay un remate más tarde: cuando, ya en casa, Homero se lamenta de que tiene 38 años, Marge le aclara: «¡Homero, tienes 39!».
Pablo:
Que inicies con El Señor de los Anillos, pasando por La Divina Comedia, como retroceso temporal para impulsarte hacia una de las referencias culturales masivas a nivel local/global, como Los Simpson… Solo me resta terminar con esta línea: “Ah, I see you’re a man of culture as well…”
Buena semana, ¡espero el próximo envío!