Caída y descanso de Lucifer
Vicisitudes de Venus, astro y figura, hasta nuestros días prosaicos.
Venus, negativo blanco aplastado contra el cielo de la mancha distinta de un mosquito muerto.
No le voy a dedicar a Venus, poéticamente, más que este símil irreverente, porque —como la Luna, de la que ya escribí bastante— a Venus lo han cantado poetas mucho mejores que yo (poetas de verdad, diría, pero eso sería llevar demasiado lejos la falsa modestia). Mitológicamente, Venus corresponde a la diosa del amor y del sexo, de ahí que esté en el origen de la palabra venéreo y de que su contraparte griega Afrodita nos haya dado afrodisíaco. La ambivalencia del deseo y la pasión sexual da lugar a derivaciones insospechadas: de un lado encontramos el muy casto verbo venerar y del otro veneno, palabra que en un principio se refería a una poción de amor; de la idea de solicitar y obtener cortésmente el favor de alguien proviene la palabra venia («permiso»), mientras que la más agresiva búsqueda del objeto deseado como presa nos da venado (hoy «ciervo», pero originalmente un participio pasivo que significa «perseguido, cazado»).
El astro, el planeta en sí, viene causando sorpresas desde hace tiempo. Visto desde la Tierra, Venus nunca puede ir muy lejos del Sol. En la antigüedad no se daban cuenta de que la «estrella» muy brillante que salía un rato antes del alba era la misma que se ponía poco después del anochecer, y le dieron dos nombres diferentes. El Venus matutino era Phosphoros para los griegos y Lucifer para los latinos, es decir «el portador de luz». Venus parece estar siempre queriendo elevarse hacia el cénit y fallando en el intento, arrastrado hacia las regiones inferiores (infernales): de ahí que se lo asociara al demonio, al ángel caído, o más bien derribado. Alguien, siglos antes de Cristo, cayó en la cuenta de que los dos astros eran uno solo: debe haber sido un shock.
La siguiente sorpresa nos la dio Galileo en 1610 cuando se dio cuenta de que Venus tenía fases, como la Luna, lo cual demostraba que giraba alrededor del Sol y más cerca que la Tierra de este. Es seguro que algún poeta debe haber aludido a la faz cambiante de Venus usándola como atributo del amor, metáfora de las altas y bajas de la pasión.
La tercera gran sorpresa sobre Venus nos la dieron las primeras sondas espaciales que lograron llegar al planeta. En el primer tercio del siglo XX persistía la idea de que había un patrón de desarrollo geológico y biológico común a todos los planetas y que los planetas más cercanos al Sol eran más primitivos. (En eso pensaba H. G. Wells cuando pintó a Marte como un planeta viejo y reseco cuyos habitantes, una antigua y avanzada civilización, decidían invadir la Tierra para conseguir hogar en un planeta más joven y fértil). La ciencia ficción había imaginado a Venus como un lugar caluroso y húmedo, como un pantano tropical a la enésima potencia; en algunas versiones del concepto, era una versión antediluviana de la Tierra, con grandes anfibios y dinosaurios que asomaban entre helechos arborescentes. Uno de los cuentos de la primera edad dorada, Parasite Planet (1935), escrito por Stanley Weinbaum, pintaba un Venus donde reinaba una humedad sofocante y una vida lujuriosa y letal que crecía sobre cualquier cosa expuesta, incluidas las mucosas de la nariz, boca, pulmones y ojos humanos.
Ray Bradbury prescindió de la fauna, pero se quedó con la humedad: el Venus que describe en The Long Rain (1950) es un lugar donde llueve siempre y en todas partes y se vive bajo la tortura china de la gota de agua. El gobierno terrestre construyó hace tiempo unos grandes domos donde la gente puede pasar un rato en un lugar seco bajo una luz que imita la del sol, para evitar volverse loca, pero casi todos los domos fueron destruidos o abandonados y los viajeros que buscan uno no saben si lo encontrarán a tiempo.
Carl Sagan narra en The Cosmic Connection el desencanto final con Venus. La primera sonda rusa que aterrizó en el planeta aguantó apenas unos minutos antes de derretirse y/o quedar aplastada por la presión, señal de que algo no andaba bien en el paraíso tropical venusino. Las pesquisas subsiguientes confirmaron lo temido: Venus es seco y caliente como un hueso al horno, y sus nubes altas serían adecuadas para un picnic en globo aerostático si no fuera porque son de ácido sulfúrico. La cadena de asociaciones mitológicas Venus-Lucifer-Demonio acababa de ganar un nuevo eslabón.
Desde acá abajo (¿arriba?) no logro discernir nada satánico en esa manchita de luz que en estos días me observa sin parpadear, cerca del horizonte oriental, cuando salgo de casa por las mañanas. La figura a la vez épica y romántica de Lucifer, o mejor dicho, su metáfora, hoy reside en otros signos. Mejor así; que el planeta sea solo lo que es: planeta, roca y luz, una maravilla prosaica.