Gustavo Cerati, poeta esdrújulo
Impresiones sobre el vértigo de la soledad en la idéntica eternidad de «Cactus».
Comienzo con el disclaimer de que no sé casi nada de Gustavo Cerati aparte de lo que puede saber un tipo que pasó de la niñez a la adultez justo en los años de gloria del rock nacional y específicamente de Soda Stereo. Esta advertencia hace falta porque hoy hay biografías de Cerati, monografías, ensayos y documentales sobre él con Soda y sin Soda… y yo no he leído ni visto nada.
Lo que sí vengo leyendo e intentando comprender y acometer es poesía, y la pregunta (y acá está el porqué del disclaimer) es si Cerati era un poeta. Desde ya, en muchas de sus canciones hay elementos que asociamos a la poesía: rima, ritmo, musicalidad; lenguaje figurativo, elíptico, sugerente. Pero hay millones de personas capaces de rimar, de crear lindas metáforas o de sonar enigmáticas. Y también hay en Cerati letras meramente pegadizas y palabras que Cerati elegía por cómo sonaban, nomás.
En un cortito que vi antes de escribir esta nota, Cerati dice que no intelectualiza, que le llegan imágenes y él trata de usar palabras que se las sugieran. Esta feliz fusión entre imagen y palabra, cuando se produce sin mediar un análisis, puede ser poesía, si entiendo bien. La poesía se puede analizar, pero no se puede crear analizando, porque esa actividad de descomposición y purificación la destroza.
Hace un par de meses, revisitando a Cerati, escuché por primera vez con atención Cactus, el tema N.º 8 de Fuerza natural, y me llamó la atención el rasgo más curioso del estribillo: cada línea tiene diez sílabas; en cada una, hay una palabra esdrújula al comienzo, y en la primera y tercera, una segunda palabra esdrújula al final.1
Y los médanos serán témpanos En el vértigo de la eternidad Y los pájaros serán árboles En lo idéntico de la soledad
Las esdrújulas son escasas en castellano, son difíciles de rimar, el ritmo que imponen resulta poco manejable, y sin embargo Cerati logra una especie de resonancia muy potente basándose en ellas.2
Absorto en la forma, no pensé en el contenido; volviendo sobre él ahora, me resulta imposible verlo como otra cosa que no sea poesía. No una letra «poética» en el sentido vulgar (imaginativa, «rara» o «profunda»), sino una letra de canción que es a la vez y de verdad un poema.
¿Y qué «quiere decir» Cactus? (Pongo las comillas para que no me peguen).3 La canción se dirige a una segunda persona; como tantas otras, puede ser una canción de amor, pero es un amor en la eternidad, o en una atemporalidad en espera, o que es tan inmenso que solo puede ser evocado por la inmensidad del tiempo: es ese cactus que «tiene cien años [y] solo florece una vez», es un objeto, posiblemente el único objeto fijo y estable, «en el vértigo de la eternidad», y a la vez el único cuya presencia se destaca y significa algo en «lo idéntico de la soledad». En ese lugar —yo me lo imagino como una llanura inmensa y reseca— los médanos ardientes se transforman en témpanos helados; los pájaros, aquello que es móvil y aéreo, mutan en árboles, atados a la tierra. El planeta gira, los eones se suceden, y sin embargo ese cactus, ese amor extraño, ese punto de atracción focal que es lo único que importa para quien lo canta, sigue ahí.
Y esto no es una interpretación; no en el sentido de querer explicar «qué quiere decir» el poema (ya no pienso hablar de Cactus como de canción o de letra), porque no está claro que Cerati mismo quisiera decir algo específico con él. Yendo al meollo del asunto, esto no es un análisis del poema, sino de lo que puedo aprehender de mi reacción al poema. Estas son las cosas que Cactus me trae a la mente; estas son las intuiciones que de alguna forma misteriosa aparecen en mi consciencia al leer los versos. Otros recibirán otras ideas. Supongo que las mías se orientan en este sentido porque me atrae mucho la idea de «tiempo profundo». El genio de Cerati, acá, fue esa fusión entre esa imagen de eternidad vertiginosa y solitaria con la de una forma del amor (o de la añoranza, o del deseo). Sin ese acoplamiento, Cactus sería quizá solo un juego o una meditación metafórica, ingeniosa pero fría.
Cuando se las canta, de hecho, las palabras agudas de los versos segundo y cuarto reciben un acento de fuerza en la antepenúltima sílaba y son, para todos los efectos prácticos, también esdrújulas: etérnidad, sóledad. Los cuatro versos son, así, rítmicamente idénticos: diez sílabas (cinco y cinco, con una cesura clara en medio), de las cuales dos son átonas, una tónica y otras dos átonas.
Pedí, en Twitter, ejemplos de otras canciones con esa métrica basada en esdrújulas; me dieron unos cuantos, pero casi todos eran muy artificiosos, construidos ad hoc para jugar con el acento, no para usarlo como instrumento cohesivo rítmico. El único que me convenció fue el que yo mismo había pensado desde el comienzo: Construção, de Chico Buarque, donde cada verso termina en palabra esdrújula, ninguna de ellas es inventada o forzada, y no hay casi ninguna rima en el sentido habitual: la canción sostiene su ritmo mecánico, inexorable, angustiante, sobre ese patrón de acentuación, que es tan raro en portugués como en castellano, si no más.
Es pecado preguntar «qué quiere decir» una obra de arte. Como todos los pecados, se lo comete habitualmente y se lo excusa poniéndole otros nombres.
Me sorprende, gratamente, leerte. Slds