LTI: más todavía
Continúo reseñando parcialmente LTI: Lingua Tertii Imperii, de Victor Klemperer. Impresionismo y expresionismo, la runa del rayo, las comillas degradantes y las desjudaización de los nombres.
Sigo con LTI, el libro de Victor Klemperer sobre la lengua del Tercer Reich.
En un capítulo con una introducción bastante difícil, que en alemán se titula Grenzverwischung (algo así como «difuminación de las fronteras», «borrado de límites»), Klemperer nos introduce a la diferencia entre impresionismo y expresionismo y a cómo la frontera entre ambas corrientes en realidad termina borrándose; a continuación habla de cómo se borraron las fronteras entre lo pictórico y la escritura, entre la escritura y el simbolismo, con el uso de las runas germánicas durante el nazismo. El caso más conocido es el de la doble runa del rayo para escribir SS, una abreviatura que muchos alemanes (en su época al menos) ya ni siquiera recordaban como tal, y que llegó a tener una tecla dedicada en las máquinas de escribir de las oficinas del régimen. Este detalle (que creo haber leído antes en algún lugar, pero al que nunca le había concedido demasiada reflexión) me resultó impresionante, casi increíble; al releerlo, me viene a la cabeza de manera incongruente pero inescapable el recuerdo de una máquina de escribir portátil que tuve cuando era chico y que venía con una tecla con el símbolo del austral (₳). Alguien más en la familia debía usar esa máquina, supongo, porque nadie en una familia de clase trabajadora argentina a fines de los ochenta le compraba una máquina de escribir a un preadolescente, por muy promisorio literato que pareciera; pero yo solo recuerdo que la usaba bastante y que llegué a ver esa tecla cuando pasaba a la obsolescencia. En cualquier tiempo y lugar es una pequeña apuesta construir un aparato mecánico que incluya una tecla fija dedicada a un símbolo nuevo, o a un uso nuevo y específico de un símbolo antiguo. El austral duró seis años y seis meses en circulación; las Schutzstaffel, veinte.
Siguiendo con los símbolos, Klemperer cuenta también que durante los tiempos del nazismo, la estrella y la cruz que se usaban en los avisos de diarios para anunciar nacimientos y defunciones fueron reemplazadas hasta cierto punto por la runa Elhaz (en alemán Elch, «alce»). Klemperer no la nombra así, sino como Rune des Blühens und Welkens. Esta runa tiene la apariencia de una Y cuyo trazo medio continúa hacia arriba hasta la altura de los dos laterales (o bien, de arriba hacia abajo, tres líneas que confluyen en una), y se usa, precisamente, en esta posición para indicar el nacimiento (o la floración, das Blühen) y cabeza abajo para indicar la muerte (o el marchitamiento, das Welken). La runa no llegó a reemplazar a los viejos símbolos, dice Klemperer, porque nacimiento y muerte son instituciones eternas; sí tuvo éxito la runa del rayo en SS porque se trataba de algo nuevo.
Hay otro par de los capítulos a continuación que, por tangentes diferentes, continúan el tema de la simbología. En uno muy corto, Interpunktion, Klemperer nota cómo en los escritos del régimen aparecen las comillas con cada vez mayor frecuencia. Su propósito es desmerecer ciertas palabras o quitarles su uso legítimo: así, por ejemplo, los alemanes «no arios» son solo «alemanes» entre comillas.
En otro apartado, Klemperer habla largo y tendido sobre los nombres. La sociedad alemana, en parte por imposiciones legales, en parte por presión de los pares, reflotó durante el Tercer Reich el uso de nombres de origen claramente germánico y rechazó los de origen cristiano bíblico (muchos de ellos, por supuesto, en último término judíos). El capítulo comienza con un episodio tragicómico en el que una circular de la universidad donde trabaja Klemperer anuncia que un profesor de apellido Israel ha restaurado «con permiso del Ministerio» el antiguo nombre de su familia, que era Oesterhelt pero diversas «mutilaciones» habían deformado con el tiempo (a Uesterhelt o Oesterheil, Isterhal o Isterheil, Istrael, Isserel, etc. hasta llegar a «Israel»). El profesor en cuestión era un diputado estadual nacionalsocialista y, claro está, no podía tener un apellido como ese.
Lo opuesto empezó a imponerse no mucho después: los judíos que tenían nombres que no «parecían» judíos fueron obligados a agregarse como segundo nombre «Israel» (los hombres) o «Sara» (las mujeres) y a notificar a todos sus conocidos del cambio.
Klemperer se sonríe un poco recordando cómo Heidrun, el nombre nórdico del que proviene el diminutivo Heidi, reapareció entre las niñas alemanas «arias» (su fuente son los anuncios de nacimientos publicados en los diarios), pese a que la Heidrun en cuestión (originalmente Heiðrún) es una figura mitológica bastante escandalosa: una cabra que come del árbol Læraðr (identificado con Yggdrasill) y de cuyas ubres mana hidromiel.
Muchos judíos nacidos en la generación que dio origen al nazismo recibieron de sus padres nombres intensamente germánicos para resguardarlos de la discriminación más inmediata. Los nombres podían ser cortos y habituales, o bien altisonantes, tomados de fuentes como la saga de los Nibelungos. Klemperer, con crudeza, señala que estos niños sufrieron quizá menos en espíritu que sus padres, pero igual que ellos en cuerpo: al final fueron a parar a los campos y a los hornos crematorios sin que a nadie le importara cuán «arios» eran sus nombres.