Te llevaste la cabeza
Calamaro, Chaucer, Eliot y el tango, las metáforas de la nostalgia y las metonimias en oposición.
Hace tiempo que tengo anotado como tema para un artículo algo sobre las estrategias de las oposiciones lingüísticas en las canciones, después de haber hecho (de que mi cerebro hiciera inconscientemente) la conexión obvia entre dos autores muy diferentes.
Al hablar, y antes al pensar lo que vamos a decir, y aun antes, al estructurar el pensamiento (o adoptar las estructuras ya creadas por los demás), usamos todo el tiempo lenguaje figurativo: usar una palabra por otra, o mejor, una palabra que no significa lo que queremos decir sino que alude a ello o lo insinúa. Como escribí en un artículo bastante pesado de teoría hace poco, hay dos operaciones básicas de este tipo: la metáfora y la metonimia, que implican sustitución y contigüidad, respectivamente. Decimos «soles» por «ojos» porque los ojos brillan, porque los ojos de ciertas personas nos agradan y nos hacen sentir iluminados y cálidos como el sol, porque un ojo es redondo como el sol: la metáfora es decir una palabra por otra porque los conceptos a los que refieren se parecen. Decimos que nos tomamos «dos latas» porque nos tomamos la cerveza que estaba dentro de esas latas: la metonimia es decir una palabra por otra porque los conceptos respectivos están cercanos o asociados, como, por ejemplo, porque uno es el contenido y el otro el continente.
«Te quiero igual» es la segunda canción del álbum Honestidad brutal de Andrés Calamaro, que mi generación y las vecinas no tendrán dificultad en recordar (es la que empieza con «Te quiero / pero te llevaste la flor / y me dejaste el florero»).
Todo el tema se basa en oposiciones, sobre todo metonímicas. Hay dos de contenido y continente: la flor y el florero del comienzo, y luego la ceniza y el cenicero. Con toda seguridad, Calamaro no lo pensó en términos técnicos: lo más saliente de toda la canción es su rima, sencilla y repetitiva, y el sufijo derivativo -ero es fácil de usar y una oportunidad que no podía dejar pasar. Hay una oposición metonímica similar, que es la de cabeza y sombrero, más interesante porque no recurre al truco trivial de la derivación directa.
Después hay oposiciones entre meses del año (febrero, marzo, abril); son metonímicas en el sentido amplio de la contigüidad de los meses en el calendario y su pertenencia a un conjunto mayor, pero hay en ellas un sentido metafórico también, que puede o no estar escapándosenos. En Argentina las asignaturas escolares que no se aprobaron durante el año lectivo se «llevan» a diciembre, en primera instancia, para un examen recuperatorio, y si no se aprueban entonces, se «llevan» nuevamente a los primeros días de marzo, antes del comienzo de las clases. Pero además, Calamaro juega con los significados de llevar(se) y rendir(se) al cantar «te llevaste marzo y te rendiste en febrero» (porque rendir es hacer un examen, aunque no implique necesariamente aprobarlo, pero rendirse en febrero quiere decir abandonar, no llegar siquiera al desafío de marzo).
La metáfora indudable está en abril, que es un sinónimo poético del inicio de un ciclo: abriles son «años». Esto es una sinécdoque, que es una especie de metonimia: la parte por el todo, pero también es una metáfora porque no son años cualesquiera, sino los años pasados, cargados de nostalgia, como en el tango, o los años que se acumulan hasta momentos cruciales, como los quince de las jóvenes. ¿De dónde viene esta asociación? En Argentina, abril es el comienzo del otoño, pero en la tradición poética europea es la primavera, tiempo de comienzos: con las «dulces lluvias de abril» empiezan los Cuentos de Canterbury de Chaucer, porque transcurren durante una peregrinación, y abril es cuando la gente, como la naturaleza, se anima, despierta y retoma su vida después del frío paralizante del invierno.
Abril y la primavera boreal que viene con él son también, en una época más cínica y menos esperanzada, el símbolo de lo efímero, de lo poco durable de la belleza, la juventud y el amor: de ahí aquello de que «abril es el mes más cruel» con que T. S. Eliot, cinco siglos y pico y una guerra mundial después, le contesta a Chaucer en La tierra baldía. En su propio poema-canción, Calamaro dice: «te olvidaste abril en el ropero», y no sé qué significado tendrá para él, pero alguno debe tener, porque en «Flaca», otra de sus tantas canciones dirigidas a una mujer difícil, habla, con mínima variación, de (¿esos mismos?) «abriles olvidados en el fondo del placard».
Hay una alusión muy graciosa y muy a propósito a una expresión popular en «te llevaste la vela y me dejaste el entierro». No puedo si no pensar que los oyentes más jóvenes de Calamaro quizá no la comprendieron del todo, porque «darle vela a alguien en un entierro» ya era una imagen anticuada hace décadas. Tampoco hace falta mucha imaginación para evocarla y comprenderla, creo.
La última estrategia de Calamaro es pura alusión y también homenaje: «me dejaste el vestido y te llevaste el amor» no puede ser otra cosa que una referencia a «Un vestido y un amor», la séptima canción de El amor después del amor, de Fito Páez.
(El otro autor que mencioné al comienzo es Caetano Veloso, y la canción es quizá demasiado compleja para analizarla acá, pero les invito a escucharla: es «O quereres», de la cual recomiendo la versión a dúo con María Gadú. La letra en portugués es bastante accesible).
Faltó una partecita de abriles/olvidos y placares "...entre nomeolvides me dejé nuestros abriles olvidados en el fondo del placard (...)"