Cuando nos faltan las palabras
Jakobson y las afasias, Steiner y la decadencia lingüística, Cohen y los tropos que necesitamos para poder decir el mundo.
Atención que se viene teórico pesado.
La profe que cuando llegó nos encargó hacer un trabajo sobre lenguas construidas vino y nos encargó hacer otro trabajo: un análisis de cualquier fragmento de discurso (textual, audiovisual) desde el punto de vista del modelo de los polos de lenguaje de Jakobson.
A mitad del siglo XX, Roman Jakobson estudió las afasias desde el punto de vista lingüístico y las clasificó en dos tendencias.1 Grosso modo: en un caso, el paciente pierde la capacidad de sustituir palabras por otras, de usar sinónimos, de nombrar objetos que se le presentan e incluso de repetir una palabra dicha; en el otro, no puede asociar objetos con otros, formar palabras complejas y unirlas en frases y oraciones. Al primero de estos tipos de afasia, Jakobson lo llamó trastorno de similaridad o deficiencia de sustitución; al segundo, trastorno de contigüidad o deficiencia de contextura. Las dos tendencias se corresponden con dos ejes lingüísticos identificados mucho antes por Ferdinand de Saussure. En un eje, el paradigmático, elegimos una palabra entre las disponibles en el léxico; en el otro, el sintagmático, las colocamos una tras otra según las reglas gramaticales formando frases.
Lo interesante: Jakobson notó que cada tipo de afasia suprimía la capacidad del paciente de utilizar y comprender un tipo determinado de recurso retórico. A partir de allí planteó sus dos «polos»: el metafórico y el metonímico.
El afásico con trastorno de similaridad es incapaz de metáforas, porque no tiene acceso directo al conjunto de las palabras; no maneja las operaciones lógicas de ecuación y comparación a nivel de palabras que permiten definirlas o aproximarlas por similitud con otras. Su discurso tiene una estructura normal, pero no logra llenar los huecos de esa estructura. Le cuesta iniciar un diálogo y le es imposible el monólogo. No puede decir espontáneamente «Está lloviendo», dice terriblemente Jakobson, a menos que vea llover o que alguien le comente que hace mal tiempo: tener un contexto (una situación real o una expresión lingüística) es lo único que le permite «arrancar». Le queda la metonimia o contigüidad de sentido: si le muestran un lápiz y le preguntan «¿Qué es esto?», no puede decir «Es un lápiz», pero quizá diga «Para escribir» (refiriéndose a la cosa por su función).
El afásico con trastorno de contigüidad, por su parte, tiene todas las palabras en su forma básica pero le cuesta modificarlas, declinarlas, conjugarlas (que los verbos tengan tiempo, persona y número correctos, por ejemplo) y unirlas en una estructura. Es incapaz de procesar las metonimias y sinécdoques, o sea, las expresiones donde una palabra o frase sustituye o complementa a otra basándose en asociaciones (no en atributos similares, como la metáfora). «La Corona» como nombre de la institución monárquica británica es una metonimia, como lo es decir «Savora» por «mostaza», o «cabeza» por «persona» en frases como «mil pesos por cabeza». También son metonímicas las asociaciones de causa con efecto y las definiciones de un objeto por su función. Las metáforas sustituyen al objeto; las metonimias lo rodean.
Pensamos qué podíamos analizar para el trabajo pedido, y a mí se me ocurrió usar la escena de la pastilla roja y la pastilla azul de The Matrix. Esta escena está repleta de referencias de ambos tipos, pero usadas de maneras diferentes. Morpheus le describe la Matrix a Neo con metáforas como «una prisión para la mente», y habla de su escape con otra metáfora, que es una alusión literaria: «ver qué tan hondo llega el agujero del conejo» (recordaremos que el comienzo del arco argumental de Neo llega cuando recibe un mensaje indicándole: «sigue al conejo blanco»). También usa la metonimia al describir la Matrix con una enumeración, con vistas parciales de un objeto central indefinible (lo que Jakobson en su ensayo describía como «un conjunto de sinécdoques»). Hasta ahí lo dicho; pero las imágenes son (como suele suceder en las artes visuales) mayormente metonímicas: las pastillas son como punteros que señalan futuros posibles o íconos que se activan para desencadenar procesos (devolver a Neo a la ignorancia o desconectarlo de la Matrix), señales de seguridad (la pastilla azul) o de peligro (la roja).
Morpheus finalmente le dice a Neo que no puede decirle qué es la Matrix, sino que él tiene que verla por sí mismo. Se ha discutido bastante sobre si esto es un mero énfasis poético, una excusa argumental barata o una verdad no explicada sobre las medidas de seguridad de la Matrix (por ejemplo, la Matrix podría inducir amnesia o catatonia a las personas que perciben que viven en una simulación). Lo más sensato, creo, es que se trate de una pequeña exageración retórica de Morpheus: es claro que Neo está capacitado intelectualmente para comprender qué es la Matrix aun sin salir de ella, pero Morpheus sabe que no podrá aceptarlo hasta que no lo compruebe.
En este punto, en nuestro trabajo, metimos con calzador la teoría de Jakobson e hicimos una analogía entre la situación de Neo y una afasia. Neo no puede aprehender la Matrix por similitud con otra cosa (por medio de sinónimos o metáforas) porque no tiene acceso a un «código» externo a la Matrix. Tampoco puede entenderla usando conceptos relacionados, como su función, sus partes o el mundo en que está contenida, porque está adentro y no puede verla en contexto.
Todo esto fue hace casi un mes. En medio hubo huelgas docentes, feriados, «jornadas» de una cosa u otra, y yo falté una clase por enfermedad. En la clase que sí tuvimos, la profe no mencionó el tema, por lo cual no sé qué le pareció nuestra peregrina hipótesis. Lo que sí sé es que, desde que leí a Jakobson, empiezo a ver esos polos de significado y su uso casi obligatorio en todas partes. Leo, por ejemplo, a Marcelo Cohen en Un año sin primavera hablando de los tropos (o figuras literarias) como formas forzadas de ver la realidad, que es inaprehensible:2
Somos generadores andantes de tropos… Nacemos en una suerte de tropo existencial, y cada uno lo ve como metáfora o metonimia según vea su experiencia del mundo como falsa o parcial. No hay opción a considerarlo “correcto” (…). Estamos sintonizados con una parte muy pequeña del espectro electromagnético y, cualquiera sea el universo que conjuran nuestros sentidos, no es el universo. La asimetría epistémica entre los reinos interior y exterior hay que salvarla: es lo que hace el tropo, que podemos tomar como una adaptación simbólica.
George Steiner, en Después de Babel, escribe por su parte sobre la idea de que hay ciclos de auge y decadencia en las culturas que se reflejan en sus recursos expresivos lingüísticos:3
En ciertas civilizaciones sobrevienen eras en que la sintaxis se vuelve rígida, en que se marchitan los recursos disponibles de percepción viva y reformulación. Las palabras parecen desfallecer bajo el peso del uso consagrado; aumentan la frecuencia y la esclerótica fuerza de los clichés, de los símiles distraídos, de los tropos desgastados por el uso. En lugar de actuar como una membrana viva, la gramática y el vocabulario se vuelven una barrera contra los nuevos sentires. La civilización queda aprisionada en una traza lingüística que ya no se corresponde, o solo se corresponde en ciertos puntos ritualizados y arbitrarios, con el cambiante paisaje de los hechos.
Como en Cohen, los tropos o figuras (metáforas, símiles, metonimias, símbolos y emblemas) se plantean como formas —las únicas formas— de aprehender la realidad para reflejarla o expresarla, que es lo que de manera inevitable tenemos que poder hacer para seguir siendo humanos que viven en un universo material infinitamente más complejo de lo que nuestros sentidos pueden abarcar. Sin recursos retóricos es simplemente imposible hablar, y sin habla —sin palabras dichas o pensadas— no se puede vivir de verdad. En momentos de decadencia lingüística, quedamos reducidos a existir pobremente, a frustrarnos ante la realidad que no llegamos a expresar, como un afásico que quiere decir una palabra o construir una oración pero no puede, la tiene en su pensamiento pero no logra hacerla salir.
Jakobson, R. & Halle, M. (1956). Fundamentals of Language.
Cohen, M. (2017). Un año sin primavera. Ed. Entropía.
Steiner, G. (1998). After Babel: Aspects of Language and Translation. Oxford University Press. 3.ª ed. (La traducción es mía.)