Gente especial y el pasatiempo de las lenguas construidas
De cómo un vicio secreto [Tolkien dixit] pasó a ser una curiosidad acaso atendible y en algún que otro caso hasta rentable.
Hasta hace unos años tenía un compañero de trabajo bastante especial. Una vez hablamos de la apreciación por la comida y me dijo que le gustaría poder alimentarse de pastillas nutritivas (algo así como la ciencia ficción menos iluminada de hace décadas pensaba que se iban a alimentar los astronautas o las personas del futuro en general), lo cual le ahorraría mucho tiempo de selección, compra y preparación. En otra charla, también me dijo que para él sería ideal que solo hubiera un idioma en todo el mundo, para evitarnos los obstáculos comunicativos y las inmensas complicaciones de la traducción.
Digo que mi compañero era especial, pero en realidad no sé si era para tanto. Pocas personas tienen una opinión formada sobre la pluralidad de las lenguas, pero muchísimas viven toda su vida hablando una sola lengua (o dos o tres) sin percibir el resto salvo como un murmullo sin importancia. Hay quienes viven como si los otros idiomas fueran análogos o torpes traducciones del suyo propio, y otros que los consideran extraños mundos aparte. Mi antiguo compañero era especial solo en tanto que había considerado el asunto de manera consciente, aun con su desconcertante liviandad, y había llegado a una conclusión razonable (impracticable y empobrecedora, pero razonable, igual que lo de alimentarse con pastillas).
De las escasas personas que sí tienen una opinión formada sobre la catástrofe de Babel, casi ninguna considera que sería edificante prolongarla o reeditarla por diversión. De hecho, ni siquiera conciben que sea posible. ¿Quién haría algo así, cómo, para qué?
Hace un mes y algo, una profesora también algo especial nos dio como trabajo práctico ejemplificar las propiedades del lenguaje usando un conlang, o sea un constructed language, una lengua construida: un idioma artificial como los de los elfos de J. R. R. Tolkien en El Señor de los Anillos o la lengua de los Na’vi en las películas de Avatar. En el estereotipo de las profes de Letras no hay inclinación por la fantasía popular, ni tampoco se destaca una apreciación por los conlangs en la lingüística «seria», cuya entrada guardan notorios personajes de escritura repetitiva e impenetrable (franceses). El trabajo podría haberse hecho con cualquier idioma natural (o con uno artificial pero aburrido, como el esperanto), pero la profe pidió un conlang, explicó para que se entendiese la diferencia entre una lengua ficcional artística y una lengua auxiliar, y cuando —una semana más tarde— recibió los trabajos, los hojeó uno por uno con genuina y sonriente curiosidad, preguntó por el que yo había elegido (que era Lang Belta, el creole de los Belters o habitantes del cinturón de asteroides, en la serie The Expanse), y al final, echando una mirada a su alrededor, enunció una constatación que la hacía claramente feliz: «¡Cuántos nerds que hay en esta clase!».
A mí me picó el bicho de los conlangs pasada la adolescencia. Una de las inexpertas lenguas que compuse me entretuvo un par de años, o más (no recuerdo, no guardé demasiado de esa época vagamente vergonzante). Tenía una base de datos con palabras y ejemplos, cortas traducciones, una historia ficcional de sus hablantes, y mapas (porque yo necesito mapas). Hice bastantes cosas mal. Por entonces no había casi nadie que pudiera aconsejarme (no como ahora, que la sabiduría humana está contenida en videos de YouTube).
Cuando finalmente encontré el Language Construction Kit de Mark Rosenfelder, me lancé a una traducción no autorizada al español, a la que —para mayor injuria— le añadí detalles de mi propia cosecha y la colgué en alguna parte. Años más tarde, mientras participaba de la venerable lista de difusión CONLANG (donde los aficionados intercambiábamos mensajes sobre nuestras creaciones), supe por una encuesta entre miembros que un tal David Peterson había llegado al tutorial de Rosenfelder, y de ahí a CONLANG, a través de mi pirática traducción de aquel tutorial (tengo un mail que prueba este modestísimo claim to fame). Peterson tenía 24 años y creaba idiomas por diversión desde los 19; estaba estudiando un master en lingüística, y explicaba:
Por razones muy reales, es mejor mantener oculto que creás idiomas si estás en el campo de la lingüística. Hay muchos que te menospreciarían [si supieran], y también muchos que nunca contratarían a alguien que creara idiomas.
Pocos años más tarde, los productores de Game of Thrones eligieron a Peterson para crear las dos lenguas, el dothraki y el valyrian, que se usarían en la serie. Una década y media después, Peterson sería el creador del chakobsa, la lengua de los fremen de las películas de Dune. (Y así fue como se acortaron considerablemente los grados de separación entre Timothée Chalamet y yo).
Nunca le conté esta anécdota a mi compañero de oficina, que me hubiera considerado «especial» a mí de la misma manera que yo lo consideraba «especial» a él. Tampoco se la conté todavía a mi profesora de lingüística, que se llevó los trabajos antes del receso invernal y no los va a devolver hasta que volvamos a verla, el primer lunes de agosto. En ese momento quizá sí me atreva a alardear del asunto, que es una pavada, claro, que solo puede interesar a nerds como nosotros.