Para terminar (por ahora) con la serie de visiones poéticas de la luna, traigo acá una faceta diferente del trastorno lunar que es a la vez más cruel y más excitante que la mera inducción de confusión o el licantropismo. Es la luna como promotora del amor ilícito. Esto escribe Otto Erich Hartleben en uno de los poemas para «cantar diciendo» del Pierrot lunaire de Arnold Schoenberg,1 que se titula «La luna enferma», y que traducido al español (por mí) dice así:2
Lóbrega luna enferma de muerte sobre el lecho negro del cielo, tu mirada hinchada por la fiebre me embruja como una melodía extraña. De dolor de amor implacable mueres, en el fondo de tu anhelo ahogada, lóbrega luna enferma de muerte sobre el lecho negro del cielo. Al amante que en la embriaguez del deseo sin pensar busca sigiloso al amante lo anima el juego de luz de tus rayos: tu sangre pálida nacida de tormento, lóbrega luna enferma de muerte.
Pierrot lunaire, op. 21 es una obra de música y voz. Schoenberg compuso la música a partir de una sugerencia de la cantante, actriz y (hoy diríamos) empresaria del espectáculo Albertine Zehme. En 1911, Zehme había interpretado una selección de poemas de Albert Giraud, con música de Otto Vriesländer para piano, en la Choralion-Saal en Berlín. A Zehme le pareció que recitar, más que cantar, era más apropiado para el texto, pero la partitura de Vriesländer no se amoldaba bien a su idea, así que Zehme le encargó una nueva pieza a Schoenberg, a quien le pagó mil marcos de su bolsillo. En octubre de 1912 se estrenó la nueva obra, en la misma sala, con música de Schoenberg para piano, vientos y cuerdas, y con una selección de veintiún poemas traducidos al alemán por Otto Hartleben.3
En un esbozo biográfico de Zehme, que terminó siendo una gran mecenas del arte, leo y traduzco:
Salka Viertel, cuyo hermano Edward Steuermann se encargó de la puesta en escena, contó: «Zehme tuvo que aceptar no solo la música [de Schönberg], sino también su interpretación de los poemas, y permitir que Edward le enseñara los complicados ritmos y las modulaciones de voz de las partes habladas (…). Como el flautista era calvo, Zehme le rogó a Schönberg que el público no pudiera ver a nadie salvo a ella. Ante esto, Schönberg diseñó un sistema muy ingenioso de biombos que ocultaba a los músicos pero permitía que Zehme viera la batuta. El público recibió a Pierrot —que vestía una gorguera inmensa bajo el rostro pintado y aprensivo y exhibía coquetamente las piernas— con ominosos murmullos. Me maravilló cómo Zehme dominaba su nerviosismo y (…) recitaba valientemente un poema tras otro. Hubo aplausos de los más jóvenes de la audiencia, por supuesto, pero la mayor parte del público estaba escandalizado».
Las opiniones actuales sobre la recepción de Pierrot lunaire difieren, pero parece que los críticos fueron —ehm— más críticos que el público lego. En 1914 una sala en Viena avisaba que Schoenberg supeditaba su presencia a que los fanáticos, tanto a favor como en contra de la obra, evitaran crear disturbios durante la ejecución musical y mantuvieran silencio en las pausas.
Mi conocimiento sobre teoría musical e historia de la música es casi nulo, de manera que no puedo valorar la obra de Schoenberg salvo de manera intuitiva. Entiendo que fue uno de los pioneros de la música atonal y un absoluto innovador. Por cierto que Pierrot lunaire, para el no iniciado, puede parecer una broma o un insulto al orden musical. Mi primer contacto con Schoenberg no fue esta obra (que, en realidad, creo que es difícil valorar sin experimentarla en vivo) sino un par de sus cuartetos de cuerdas, que escuché entre sueños inquietos en un largo viaje en ómnibus entre Buenos Aires y Rosario, a la vuelta de unas vacaciones. La forma atonal resulta inquietante porque es de hecho inquieta: no permanece en una escala fija, aparta y desecha los dispositivos ordenadores y tranquilizadores que la música que más comúnmente escuchamos utiliza para llevarnos de un lugar a otro con la imaginación y con los ritmos del cuerpo y depositarnos al final en una conclusión (sea esta esperable o sorprendente).
El Pierrot lunaire es aún más desasosegante porque a la música se le une una voz que «canta diciendo» (Sprechgesang) sin respetar la prosodia normal o poética más obvia. La partitura indica las notas de manera habitual, pero la Sprechstimme que recita no las sostiene, sino que las declama y se desliza a la nota siguiente. A la vez, la instrumentación cambia con cada poema. En verdad el efecto es tan potente que, sin necesidad de entender las palabras, Pierrot lunaire nos transporta a un territorio de locura sin hitos visibles. «La luna enferma», que traduje más arriba, es el último poema del primero de los tres grupos de siete de los que consta la obra.
No puedo recomendar una interpretación en particular. Pierrot lunaire se puede escuchar en Spotify en una versión reciente con la voz de la violinista Patricia Kopachintskaja, que cosechó algunas malas críticas. En YouTube hay un video de 2014 de la Chicago Symphony Orchestra con la soprano Kiera Duffy, aunque sin traje de Pierrot y con un sonido algo apagado. Hay otro video más reciente de la Fundación Juan March, de Madrid, que se ve y escucha mucho mejor.
Arnold Schönberg (1874–1951), austríaco, cambió la escritura de su apellido a Schoenberg al emigrar a Estados Unidos. La letra ö se reemplaza por oe en alemán en los contextos que no toleran caracteres especiales, como las direcciones de e-mail. Los puntitos no son opcionales; suprimirlos sin más es un error tan grave como cambiar una ñ por n en español, o peor, por lo cual esta sustitución es preferible. Schoenberg tiene, por lo tanto, dos sílabas (schoen-berg) con dos vocales, la primera de las cuales es una vocal semicerrada anterior redondeada, como la que los franceses representan por eu.
Circulan unas cuantas traducciones al español de los textos poéticos de Pierrot lunaire, pero decidí retraducir este yo mismo para darme el gusto y porque las traducciones que encontré no me satisfacían. Acá, por ejemplo, elegí lóbrega para aliterar con luna, donde otros traducen nächtig por nocturna, porque nächtig es una palabra culta que no solo alude al mero tiempo de la noche (Nacht), sino también al agotamiento.
Consulté bastante al tuntún unas cuantas fuentes, pero no pude determinar si en la presentación de 1911 Zehme recitó los poemas originales de Giraud en francés o si usó ya entonces las traducciones de Hartleben, ni tampoco cuántos y cuáles de los poemas fueron. Giraud escribió un ciclo de cincuenta, de los cuales Hartleben tradujo casi todos (46 o 47), de los cuales menos de la mitad aparecen en Pierrot lunaire.