Este post continúa aquel que escribí sobre el comienzo buscado de mi carrera de traductor literario. No dejé de pensar en M. P. Shiel, y descubrí que, al menos en las versiones piratas que encontré de sus traducciones al español, no aparece el cuento «Maria in the Rose-Bush», que figura en el libro Shapes in the Fire. Como no es del género gótico, supongo, no fue incluido en la selección de dicho género de la editorial Valdemar de 2020.
El título remite al nombre de una pintura de Stefan Lochner (1400/1410?–1451) que en castellano se conoce como «Virgen del rosal», en inglés como «Madonna of the Rose Bower» y en alemán como «Madonna im Rosenhag»; en el texto mismo se habla de «Madonna in der Rosen-Laube». Todos estos nombres reflejan el objeto central, que es la Virgen María con el Niño con el fondo de una glorieta con rosas, un motivo repetido en la iconografía de la época. En el cuento, esta pintura es en sí misma un detalle menor, que importa solo por lo que desencadena.
El estilo de Shiel es denso, a veces barroco, otras juguetón; en sus buenos momentos logra una prosodia ágil y compleja, erizada de puntuación, que puede recordar a la de Virginia Woolf; en otros, lo deja a uno perplejo, sospechando un error. Todo eso es un desafío fascinante. Hay una escena en la que la exótica dama griega recibe en su estudio a su germánico esposo y señor del castillo, que vuelve de cazar en el bosque, y le pregunta:
‘Tell me, have you had good venery this morning?’
Y ¿qué puede hacer el traductor para no perder el sabor arcaico y el doble sentido, sin duda buscado, de una palabra cruzada entre una mujer y su esposo que significa tanto «cacería» como «relaciones sexuales» (y no por casualidad, sino porque desear y perseguir son, en esencia, partes de la misma operación)?
El asunto más espinoso de la traducción de «Maria in the Rose-Bush» es uno de los clásicos de la traducción: si traduzco un texto en inglés al castellano, y en el original hay palabras en alemán, ¿qué hago con ellas? Parece lógico dejarlas como están, ya que son tan extranjeras para un idioma como para el otro… Solo que no, en primer lugar porque el alemán y el inglés son lenguas germánicas, y cuando el autor escribe, por ejemplo, butter-brod, el lector inglés no tardará en identificar butter bread «pan de manteca». Pero hay algo que, paradójicamente, acerca al alemán más al castellano que al inglés. Las casas nobles de España y de Europa central estaban unidas por parentesco, y el intercambio social y cultural entre esos territorios fue intenso; de ahí que hasta hoy en castellano tengamos nombres castizos para muchas ciudades y regiones del área de influencia alemana, desde Amberes y Tréveris hasta La Haya y Hamburgo, desde Baviera y Basilea hasta Viena y Ratisbona. Con las Islas Británicas no se produjo esta clase de contacto; el inglés adoptó algunos nombres europeos vía el neerlandés o el francés, y otros los dejó como estaban. Y los nombres de personas, como regla, no se naturalizaron. Por eso en castellano decimos «Alberto Durero» mientras que en inglés usan el nombre alemán original «Albrecht Dürer», aun cuando para hacerlo deban destrozar su pronunciación.
Y Durero es, ay, también protagonista de «Maria in the Rose-Bush».
Conocemos la costumbre de castellanizar los nombres por figuras de la realeza (reviendo The Crown, constato con leve horror que, en los subtítulos del primer episodio, la futura reina es «Isabel Alejandra María»). Los artistas no reciben este tratamiento nativizante hoy. Durero cayó en la volteada, como muchos otros de su tiempo y lugar, por ser un artista y una celebridad.
Y ahora el traductor tiene que decidir si conserva el extranjerizante «Albrecht Dürer», que va bien con un relato donde se dice «Frankreich» por Francia, donde el protagonista llama Herzchen! a su esposa, donde uno de los personajes secundarios se queja de que «los Anhalt-Dessau se han rebajado a la altura de los unebenbürtig» y de que «el elector Federico, un Reichsunmittelbarerfürst, se casó con una cantante»… si el traductor, digo, sigue esa línea extranjerizante, o bien escribe «Alberto Durero», puesto que el nombre alemán original del artista no tiene, en inglés, ningún efecto extranjerizante real, ya que no hay una versión adaptada inglesa del mismo, como la hay en español.
Hay una solución de compromiso (que seguramente disgustará a todos). «Dürer» seguirá siendo «Dürer» cuando hablen los personajes, porque así es como ellos lo conocen. Cuando hable el narrador (que está bien separado de los personajes, porque Shiel es un correcto escritor decimonónico y no uno de esos libertinos vanguardistas que más tarde los confundirían), entonces «Dürer» será «Durero». Porque los personajes se hablan entre sí, pero el narrador nos habla a nosotros, lectores hispanoparlantes modernos, que podemos saber de arte del siglo XVI pero no tenemos por qué saber cómo se llamaban de verdad sus autores.